Relatos y Microrrelatos

 [Relato LibrosVeo]


-        - ¿Benjamín? ¿Eres tú? Vaya, qué sorpresa… ¿Te acuerdas de mí? Soy Jaime, del Colegio de las Ursulinas.
Claro que lorecordaba. En el colegio era un niño escuálido y con muy mala uva, que no paraba de meterse conmigo. Uno de los principales responsables de haberme hecho la vida imposible durante tres cursos completos. El niño que me había dado una identidad diferente durante todo mi periplo por la educación primaria. Por aquel entonces yo era el gran Benjamón. Llevaba algunos años, no demasiados,  a cargo de mi verdadero yo. Siendo Benjamín. Sin ver cada mañana en el espejo de mi habitación el reflejo de un enorme cerdo con sus grandes jamones embutidos en un pantalón gigante, acorde con las proporciones de sus cuartos traseros. Hasta a algún profesor, por descuido, se le escapaba en ocasiones llamarme Benjamón. Sus disculpas llegaban demasiado tarde, y siempre se adelantaban las risas de burla de toda una clase, que espontáneas y dañinas, explotaban en mis oídos con la fuerza de una mina antipersona, sembrando por doquier, a pedacitos, mi autoestima.
Tardé en aceptar mi rol de obeso, si es que lo logré alguna vez.

-         - No estás gordo, eres fuerte –me decía mi madre condescendiente.
-        -  Estás gordo, sé fuerte – me decía yo.

Una de las formas de no pensar en mi desdichado estatus de humano porcino, había sido concentrarme en estudiar. Estudiar sin parar. Cuando llegó la Gran Depresión, yo, como otros doce millones de españoles, era un parado más, con una carrera, un par de másteres y conocimientos de chino de nivel alto, eso sí. Precisamente el reclamo de una de sus múltiples empresas en expansión en nuestro país, llamó mi atención uno de aquellos días de vagar sin rumbo por las calles en busca del milagro.
“Se necesitan personas obesas para experimentar un novedoso tratamiento para perder peso. Interesados llamar al teléfono…. ”.

-         - Sí, Jaime, te recuerdo.
-         - Casi no te reconozco, veo que has adelgazado.

A pesar de esas palabras, su simple visión me hizo sentir cómo mi cuerpo se expandía bajo la ropa, haciendo saltar los botones de la camisa y rasgándome los pantalones para acomodar nuevamente mis olvidados jamones.
Empecé a sudar en frío como antaño, revolviéndome incomodo en la silla del despacho, mientras Jaime, permanecía en la suya relajado y tranquilo como un ocho.
¿Había olvidado todo lo que me había hecho pasar durante cuatro largos años?
Abrí la carpeta de las entrevistas personales con las manos temblorosas, con la sensación de que mis dedos, otra vez gruesos, rezumaban sudor grasiento sobre los papeles. Me torturaba pensando en la retahíla de preguntas que tendría que hacerle a Jaime: ¿Qué opinas de las personas obesas? ¿Crees que pueden adaptarse a la sociedad? ¿Sufren discriminación? ¿Cómo convencerías al obeso de los beneficios de este tratamiento? ¿Qué ventajas tendría el cambio de imagen una vez concluido este?
No deseaba oír sus respuestas porque de sobra sabía que lo que oiría en nada se parecería a la verdad, y aunque así fuera no me importaba. Si ahora pensaba dedicarse a ayudar a personas con problemas de peso, su vocación había llegado demasiado tarde. Solo quería que saliera de allí cuanto antes  y que la ropa me volviera a quedar holgada. Detestaba cargar con todo aquel rencor que había irrumpido de repente en la sala,  pero al mismo tiempo pretendía volver a ver su verdadero yo, para de algún modo y por algún oscuro motivo, ratificar que no solo las víctimas recuerdan para siempre la crueldad infantil. También sus verdugos.

-         - ¿Chino? No, no hablo chino. El anuncio no decía nada de eso, Benjamín –inquirió él contrariado.
-         - Lo siento, Jaime, se les habrá olvidado ponerlo. Si no manejas el idioma no puedo hacer nada por ti –mentí.

Se levantó de la silla cabizbajo, abrió la puerta, y clavó sus ojos en mí. No pudo ocultarla por más tiempo, y al fin reconocí la mirada de su niñez, la que había convertido la mía en una pesadilla.

-Dilo- le pedí.
-¡Que te jodan, Benjamón!

Tras el portazo, me recliné en el sillón y sonreí. Los botones de la camisa volvían a estar en su sitio.



Só un minuto


A posición na que me encontro, de lado e cos ollos abertos, permíteme velo. Detrás da súa face embrutecida pola ira, aínda podo intuir a daquel mozo sorrinte que me traía unha rosa cada día, aquel rostro amable que me coidaba e me aloumiñaba. Non parece máis feliz agora, nin máis liberado, aínda que tal vez si menos enlouquecido…Tampouco parece namorado, pero ben mirado xamais debeu termo parecido…O seu amor foi como un tren directo de longo percorrido, sen estacións, sen compromisos, como o vento que intúes dende a ventá polo movemento das árbores, pero que non che sopra na cara, nin te despeitea. Ambos sabíamos que isto remataría por ocorrer; o que hoxe fende, mañá romperá sen remedio.
Non me consola a venganza, nin o rencor, nin o esquecemento, nin os soños do paraíso que se agocha nos nosos medos…Só me consola ver estas ataduras rotas baixo o meu corpo inerte sobre un charco de lava ardente, que segue medrando pouco a pouco, tan amodo que non asusta. A miña alma, vermella e quente, que brota destas feridas, axiña enfriará e morrerá. Das feridas que non sangran, aínda doendo máis, xa so agroman os recordos desgraciados, o tempo perdido e o espectro dese ser sobrenatural de aterradora túnica negra, e cara de escuridade, que non acepta un non. Voume pensando que non desexaba quedarme, por iso a partida se me fai menos amarga. Non debín calar, non debeu silenciarme o amor enganoso nin a paixón cobizada. Tiña tanto medo de emprender o meu camiño soa…e agora véxome obrigada a iso deste xeito; parto en soidade, desconsolada e baleira, desalmada. Agora choras mentres apertas a miña man? Agora que che falto amasme? Agora, agora e tarde. Esgotóuseme o tempo, ese minuto no que os mortos antes de marchar aínda ven, aínda oen, pero sobre todo, aínda senten. (OBRA GANADORA DEL CERTAMEN DE MICRORRELATOS CONTRA LA VIOLENCIA DE GENERO EN BURELA 2008)

  


                                                   El egoísta

No hago lo que hago por razón alguna, ni tampoco porque me lo pida una voz misteriosa desde lo profundo de mi consciencia. No niego que al principio mi proceder respondiera a alguna suerte de capricho paranoico, pero pronto se convirtió en una cuestión de dependencia, en un hábito adquirido.  Me hace tanta falta como respirar, más incluso que comer. Puedo pasarme un día entero sin probar bocado pero hace ya meses que no pasa un solo día en que no caiga en lo mismo. Lo he llegado a hacer hasta cinco veces en un mismo día. Tampoco creo que esto vaya a durar siempre, imagino que llegara un momento en que me veré obligado a parar, aunque de momento me refugio en el consuelo de desconocer mi objetivo y por tanto mi meta.  No suelo regocijarme siquiera en ello, se trata más de un acto mecánico casi huérfano de placer. Voy guardándolo todo en una botella. Actualmente uso una de diez litros porque las anteriores, escalonadamente de menor capacidad, se me fueron quedando pequeñas. Siempre llevo encima un pequeño bote de cristal vacío para cuando me encuentro fuera de casa y me acucia la necesidad. Hace unos meses conocí a una chica, su fogosidad me mantenía ocupado casi todo el día y no podía dar rienda suelta a mis instintos habituales. Una noche, tras un orgasmo brutal, los remordimientos, que me impedían conciliar el sueño, me llevaron a asestarle un golpe mortal en la cabeza mientras ella dormía a mi lado. Después extraje no sin dificultad mi preciado néctar, o lo que quedaba de él, del interior de su vagina para depositarlo junto al resto. Cada vez que la observo, la mancha sanguinolenta que flota dentro, me recuerda que jamás debo expandir mi alma fuera de la botella.   








LA REVOLUCION, EN STAND BY

Como todo el país, leí la noticia sobrecogido. Desde que el pueblo asaltó el Congreso hace dos días, la incertidumbre y el miedo se han apoderado de todos nosotros. Pronto sabremos a quién pertenecen las manos invisibles del titiritero. No había un plan, solo una necesidad: “Basta”. ¿Y ahora qué?






                                            O PRINCIPIO DO FIN

Aquela vez foi máis violento ca nunca, máis desalmado. Non pensaba, só me golpeaba con crueldade unha e outra vez. E outra. A malleira tívome varios días prostrada no hospital, ata que alí, ao pe da miña cama, co rostro desencaixado, inexpresivo, e a mirada ausente, alongada miles de quilómetros de mín, veume morrer. Sobre a mesa de noite había un gran ramo de flores e os meus ollos quedaron fixos nel mentres unha bágoa solitaria esvaraba pola miña meixela por ultima vez. Algún tempo despois decidimos ter un neno. As cousas non ían ben, os seus celos infundados, os seus reproches e as suas frustracións amoreábanse sobre min sen deixarme respirar. Pensei que aquela decisión cambiaría as cousas pero non foi así. De cando en vez sen motivo ningún, a súa carraxe faciame anacos a alma….As feridas do corpo xa non me doían, nin sequera me importaban. Un ano máis tarde empecei a terlle medo. Non entendía a súa agresividade nin os seus berros. Non me atrevía a mirar a ninguén, nin a falar con ninguén, só me preocupaba facer todo ben, como el quería. Sentíame o peor deste mundo, non cría merecer nada mellor. Pasou outro ano e decidimos irnos vivir xuntos. Xa fora testemuña do seu mal xenio nalgunha ocasión aínda que xamais o vivira  nas miñas carnes, así que pensei que a nosa convivencia o axudaría a estar máis tranquilo. Pero o seu carácter non se temperou. O tempo transcorreu e unha tarde, lembro que era o día de San Valentin, soou o timbre. Non fun capaz de verlle a cara ao mensaxeiro. Estaba oculta detrás dun enorme ramo de hermosas rosas vermellas que el me enviaba cunha notiña: ”Non había máis rosas na floraría, sinto non poder enviarche tódalas que mereces”. Puxen as flores nun xarrón con auga desexando que se conservaran así de frescas e vivas toda a vida. Coñecino un par de días despois na miña festa de aniversario: “Es a moza máis fermosa do mundo” dixérame.


AMOR PROHIBIDO
                                                                                  
- Apriétame dentro de ti.
- ¿Así?
- Cuanto puedas.
Nada era suficiente. Ni presa voluntaria de su sonrisa vertical me pude redimir del pecado original de mi traición.

Autor: Jose Díaz

Uno de los 10 finalistas del Certamen de microrrelato erótico de Colmenar Viejo (2013)



                                                          FIN
SÓTANO 2

Se abrió la puerta del ascensor y salí bostezando hacia el garaje. Esa mañana me había despertado muy cansado y somnoliento. Dediqué menos atención a elegir la camisa mejor planchada y tampoco saqué brillo a mis zapatos italianos. Aún me estaba anudando la corbata, cuando sonó la musiquilla que me advertía de la llegada al sótano 2. Caminé unos metros tanteando la oscuridad en busca del interruptor de la luz. No lo encontré, así que avancé un poco más. Y otro poco. Nada. ¿Pero dónde me había bajado? Esta no es mi planta. No me extrañé demasiado porque ya me había sucedido un par de veces, así que regresé sobre mis pasos para volver a llamar al ascensor convencido de encontrarme en otro de los sótanos del garaje, pero ya no estaba allí. Ni en ningún otro lado. El ascensor se había esfumado. Dejé caer el maletín de mi mano y empecé a caminar en mitad de aquella negrura impenetrable. No había paredes por ninguna parte, ni nada irregular en el suelo que me pudiera hacer tropezar. Tampoco había un solo coche. Acabé corriendo como un poseso en busca de aunque solo fuera, un resquicio de luz que me ayudase a darme cuenta de algo que también me había empezado inquietar:
-     Me he quedado ciego.
Fruncí el ceño tratando de agudizar mi visión en busca de algo, de cualquier cosa que poder mirar, pero todo era oscuridad. Y también silencio.
-     ¡Hola! –grité - ¿Hay alguien aquí? Por favor, ¿alguien puede ayudarme?
Al fin, rendido, me deje caer al suelo extenuado y con el corazón a mil. Haciendo uso de los exiguos restos de serenidad que me quedaban, traté inútilmente de mantener la calma.
-     A ver, esto no puede ser real, no puede estar pasando.
Me quedé tendido en el suelo sin saber qué hacer.  La oscuridad era tal, que no podía ver ni mis propias manos al acercarlas a los ojos.
Respiré profundamente varias veces tratando de relajarme, y examiné despacio la densa penumbra que me envolvía. Cada punto negro. Hasta que al girar la cabeza hacia la izquierda, a mucha distancia, me pareció vislumbrar un pequeño punto de luz. ¡Sí! Un minúsculo haz de luz muy brillante. Me levanté sin pestañear para no perder de vista lo que se había convertido en mi único objetivo en aquel momento. Caminé pausadamente al principio, luego más deprisa. Finalmente me lancé a una carrera desesperada. Corrí cuanto pude al tiempo que aquel punto de claridad iba creciendo poco a poco. Se fue convirtiendo en una línea blanca perfectamente definida y poco después en un rectángulo con el mismo aspecto luminoso. A solo unos metros, pude al fin comprobar con alivio que se trataba de la puerta de mi garaje.  Pero algo sucedía. Había un hombre aplastado bajo la puerta, que lo mantenía atrapado a la altura del pecho. Del otro lado de la puerta se oían voces, y entre esta y el suelo se intuían los pies de las personas que debían estar tratando de ayudar al pobre tipo. Me acerqué un poco más y fue entonces cuando me percaté de algo que me dejó petrificado. El hombre llevaba unos zapatos italianos idénticos a los míos. Miré al suelo para confirmar aquella aterradora coincidencia, pero mis pies estaban descalzos. Y mi cuerpo desnudo. No podía ver su torso ni su rostro, pero no me hacía falta.
- ¿Está muerto?
-No lo sé, eso creo...
-¿Llega ya esa ambulancia?
Fuera, las voces eran nerviosas y confusas. Me arrodillé y avancé hasta aquel cuerpo. Hasta mi propio cuerpo inerte. Perdí la consciencia cuando me abracé a él llorando.
Me despertaron en el hospital los pitidos intermitentes de los monitores cardíacos junto a mi cama. Sobreviví. Estos son mis recuerdos, o quizás mis sueños mientras estuve tan cerca de la muerte. No lo sé. Lo que sí sé, es que no he vuelto a entrar en un ascensor. 

1 comentario:

  1. Seleccionado ganador del Certamen de relato breve Palabras Contadas (mayo 2013)

    ResponderEliminar