Una mujer sufre una avería en su coche y detiene a un minibús que pasa por
allí. Dentro son trasladados un grupo de pacientes que van a ingresar en un
psiquiátrico cercano. El conductor se ofrece amablemente a llevarla al
manicomio para que desde allí pueda usar el teléfono y llamar a asistencia en
carretera. Mientras los pacientes bajan, se produce un altercado con gritos,
carreras y mucha confusión. La mujer asustada, se queda a un lado mirando la
escena. Cuando se recupera la normalidad, el conductor y los responsables del
traslado se han marchado. El personal del centro cree que la mujer es una
paciente más. Ella no está loca, el que está mal es el coche… ¿qué
coche?...ella está de paso, para usar el teléfono, y deben dejarla marchar. No
la creen y la encierran. La mujer, cada vez más nerviosa, repite su historia
inconexa y empieza a chillar. Al final se pone agresiva y se resiste, así que
tienen que sedarla y mantenerla aislada. Su nerviosismo, sus incoherencias y
sus reacciones no hacen más que confirmar las suposiciones de los psiquiatras.
Al otro día localizan a su marido. Para entonces, los médicos ya están
convencidos de que la mujer está realmente enferma y así se lo explican al
hombre: una grave neurosis obsesiva de carácter paranoide. Le dicen que está
realmente mal y que repite una historia absurda sobre teléfonos, coches y cosas
así. Le advierten de que ella tratará de convencerle de que está bien, pero que
no le haga caso, que son reacciones típicas de estos pacientes. El marido, que
bien mirado siempre había creído que su esposa estaba un poco loca, se deja
convencer de que lo mejor será que se quedé un tiempo ingresada para
posibilitar su mejoría y firma las autorizaciones pertinentes. Así, aquella mujer
que simplemente sufrió una avería mecánica, pasa a ser una enferma mental y
residente de un psiquiátrico.
Esto es una breve sinopsis de un cuento del siempre brillante José
Saramago, una ficción, sí, pero también una buena parábola acerca de la
relatividad de esa difuminada línea que marca los límites inespecíficos entre
locura y cordura, sobre lo fino y arbitrario que es ese trazo que trata de
diferenciar ambas categorías. Locura y cordura se respetan y temen mutuamente:
el loco teme recobrar una cordura demasiado alejada en el tiempo ya para él
como para asumirla y el cuerdo perder la cordura y sumergirse en una locura que
le causa un miedo atroz. Unos y otros están a expensas del ambiente y de la
sociedad que los rodea. En la nuestra, los inadaptados son fáciles de apartar y
excluir tachándolos de locos y los cuerdos son el gran y feliz rebaño, caminando juntos sienten un al tiempo falso y
reconfortante consuelo.”La ciencia no
nos ha enseñado aún si la locura es o no lo
más sublime de la inteligencia” Edgar Allan Poe.
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