lunes, 20 de mayo de 2013

Facebook y el millón de amigos


El creador de Facebook tiene 23 años y vive en un pequeño apartamento en Palo Alto (California). Duerme en un colchón que tiene en el suelo. O eso asegura. Lo que no sé es si guarda en él su fortuna estimada en más de 1000 millones de dólares. Lo lanzó –Facebook, no el colchón- en 2004 mientras estudiaba Informática en Harvard con la idea de crear una pequeña red social dentro de la propia universidad. Al mes, dos tercios de sus estudiantes se habían registrado. Poco después la red había crecido hasta los casi 500 millones de usuarios en todo el mundo. Millonario por casualidad o no tanto si nos preguntamos por las causas de tan rotundo éxito. Su esencia no es otra que ofrecernos la posibilidad de explotar una de las peculiaridades más evidentes e incuestionables del ser humano: la curiosidad. Podemos saber dónde va el vecino de vacaciones, que le inquieta a que dedica el tiempo libre y en qué lugar se enamoró de ella y cuándo y por culpa de quien se desenamoró. Podemos tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar. Podemos cuidar de una granja y convertirla en Falcon Crest. En esos campos virtuales podemos robarles tomates a los amigos despistados y luego venderlos. Eso sí, la pasta es para Mark Zuckerberg, que asi se llama el creador del monstruo cibernético. Nuestra lista de amigos puede crecer hasta el infinito y más allá por aquello de que las amigas de mis amigos son mis amigas. Podemos sentirnos bien al ver las fotos de los compañeros del cole pensando que están mayores porque nosotros no hemos envejecido, no, solo nos hemos adaptado al tiempo. Las posibilidades del “caralibro” son infinitas. Casi tanto como lo es la vulgarización de nuestra especie. Internet ha terminado por convertirse en la mejor forma de explotar el lado oscuro del hombre. Ya nadie busca información sobre un cuadro o una catedral, o si lo hace es después de comprobar que está haciendo cada uno de sus agregados de su red social. En fin, es nuestra naturaleza y peor aún que criticarla seria no aceptarla. Ser como se es no significa que nos guste serlo, solo significa que aún no estamos del todo preparados para vestirnos de naranja, raparnos la cabeza y vivir en un pequeño templo a 4000 metros de altitud en las laderas del Himalaya.  

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