lunes, 20 de mayo de 2013

Malos tiempos para la apolítica


Declararse apolítico es una deferencia pasiva hacia cualquiera que pretenda gobernar. Cualquier persona madura mentalmente, debe ser consciente de sus ideas, al menos de las más evidentes. Debe saber si es o no liberal y cuánto, si prefiere el reparto de la riqueza o por el contrario que unos pocos sean quienes la posean y manejen. Si prefiere la guerra o la paz, las posibilidades de ocio o las de trabajo, o tal vez ambas. Si es tradicional o progresista, arcaico o moderno. Unas cuantas cosas básicas que probablemente le hagan sentirse más cómodo con unos u otros. Siempre he tratado la política desde una perspectiva humorística, y no es que ahora toque ponerse serios, eso es tan aburrido como antinatural para algunos, pero viendo a los buitres volar en circulo sobre los animales heridos, no puedo evitar sentir cierta lástima, no solo por ellos, sino por quienes en las cercanas elecciones los van a castigar sin piedad… apolíticos incluidos. Hay muchas personas, buenas personas, cercanas, humildes, pacientes, que considero han estado tratando de hacer las cosas bien desde la insignificancia global, que nadie se engañe, que supone un simple Concello. Han estado cerca del pueblo, en la calle, no solo el mes antes de las elecciones, sino todo el tiempo. No los hemos visto crecer ni enriquecerse a costa del pueblo, y si lo han hecho al menos han disimulado muy bien, cosa que tal como esta el patio ya es de agradecer. Muchas de estas personas pagaran el pato de una España rota por la falta de autocontrol, por la avaricia de eso que hemos llamado sociedad del bienestar y que ya nadie se atreve siquiera a mencionar. Me da pena -y temor-, que algunos de esos que esperan agazapados su cetro de poder devuelvan a la sociedad lacras que ha costado años erradicar: abusos de poder, despotismos, ausencia de dialogo y Dios sabe cuantas otras penurias. Puede que me equivoque y todo esto sea exagerado, al fin y al cabo siempre me he declarado apolítico, pero el miedo, como la inconsciencia, es libre. Por eso, la humilde moraleja de este cuento va dirigida a esas decenas de iguales, de apolíticos. Quizás no lo somos tanto, puede que no sepamos muy bien que queremos o que es lo mejor, pero, pensadlo bien, porque es muy probable que si sepamos perfectamente qué no queremos.   

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