Cincuenta
mil geranios espectrales
Llega
la primavera. Es tiempo de que todo se torne multicolor y las hierbas –y
hierbajos- crezcan por doquier alentadas por la descomposición de las hojas
otoñales y de los primeros rayos de un sol que empieza a parecerse a un
verdadero astro rey dejando atras la tímida cobardía invernal. Es hora de
comprometerse con el proyecto biquini, es tiempo de creer equivocadamente una
vez mas, que delgadez es sinónimo de belleza camuflando narices torcidas y
demás rasgos amorfos en las escasas cavidades tridimensionales de una talla 38.
Es tiempo de adquirir bronceadores que aúnen en uno solo protección solar y
garantía de un bronce hollywoodiense
que borre, junto al blanco natural, cualquier atisbo de fealdad. Y por
supuesto, es hora de hacer deporte. De enfundarnos el chándal y hacer acopio de
moral saliendo a los paseos marítimos, fluviales o campestres con el corazón a
todo latir y la frente goteando esfuerzo, empañándonos la sesera y cualquier
frívolo deseo de dar media vuelta y volver al trono mullido que nos espera
impaciente frente a la tele. Es el momento de asir con firmeza la constancia de
nuestra caminata de 5 km diarios, de los 40 dando pedales o del par de
kilómetros de piscina. Si todo va bien en tres meses seguiremos igual de feos,
mas o menos parecido de robustos pero cien veces mas sanos. Durante ese periodo
de autoafirmación personal y de lucha con uno mismo, debemos estar atentos a
las tentaciones que la sociedad irá sembrando a nuestro paso, en forma de doble
ración de patatas fritas con huevos para darles color, de leve brisa de verano
transformada en frio polar por ese grupo detestable de neuronas que se ocupan
de hacernos inconstantes o…!mucho cuidado! en forma de fantasmones de carne y
hueso sin otro estímulo que convertir nuestra valorable afición en una
desdeñable y banal gilipollez. Esos que dicen correr 30 kilometros, hacer pesas
siete horas o pedalear al ritmo del mismo Alberto Contador (sin necesidad
además de ninguna suerte de chuletón mágico). Todos esos especímenes que ni
siquiera pecan de arrogancia sino de algo parecido en sonoridad: ignorancia, no
deben ni por un instante enturbiar nuestro sentido de la responsabilidad. Todo
lo contrario, pues sin saberlo también nos ayudan a entrenar a esos 430
músculos que se activan cuando nos reímos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario